Opinión: La quimera de acordar precios en plena hiperinflación
Luego de varias semanas deshojando la margarita sobre qué medidas tomar para enfrentar lo que se ha convertido en la segunda hiperinflación del siglo XXI, y tan solo la número 57 desde la que sucedió durante El Terror en la Revolución Francesa, el Gobierno decidió, por enésima vez, atacar el serio problema económico a partir de sus efectos, y no desde sus orígenes. ¿Por qué? Sin duda alguna, porque se trata del resultado de una desordenada emisión monetaria que se insiste en minimizar, mientras que entre precios y precios que suben aceleradamente y bolívares que se evaporan como por arte de magia, resulta más cómodo hablar del criminal Dólar Today, la guerra económica, la inflación inducida, pero jamás, por otra parte, de que los controles de cambio y de precios siguen ocupándose de impedir la producción y la importación de los bienes y servicios que necesitan 30 millones de ciudadanos.
Pretender que un simple Decreto, norma -o como se le quiera llamar- de “Precios Acordados” y regentado por la inefable policía de precios conocida como Sundde lo va a solucionar todo, es un ejercicio fútil que no tiene la más mínima posibilidad de éxito.
Y esto es así porque con la inflación que con inusitada terquedad se niega a publicar el Banco Central de Venezuela, a sabiendas de que se ubicó en 45% durante el mes de octubre y que se mantiene en desenfrenado aumento, cualquier concertación o “acuerdo” está condenado al fracaso.
Y la razón es muy sencilla: todo proceso burocrático dirigido a determinar algo tan etéreo, como es el comportamiento de un precio supuestamente justo, se mide en términos de semanas y no meses. Es decir, desde el mismo momento cuando el Gobierno decide que va a acordar un grupo de precios, y después convoca a los administrados, se reúne con ellos, transcurre un proceso de negociación -por corto que sea- con el que se llega a una cifra. Luego esa misma cifra se somete a Miraflores para que los sabios de Podemos y del Psuv le den su visto bueno desde la Asamblea Comunal y cuando se anuncia finalmente, han transcurrido, siendo optimista, cuando menos, seis semanas, casi dos meses.
Durante ese lapso, la inflación, por su parte, habrá registrado un aumento de, al menos, 60%. Y si, como lo anunció el Sundde, el “acuerdo” tiene una vigencia de 90 días al final del período convenido, la inflación acumulada adicional sería de 174%, para un total -desde que se empezó a discutir la materia- de 285%. Si las cifras les parecen exageradas, amigos lectores y radioescuchas, es porque la sumatoria de 40% en dos meses no es 80%, sino 96%. ¿Y saben por qué? Debido a que ellas no se suman aritméticamente, sino que se multiplican acumulativamente.
Y todo eso expuesto, por supuesto, apenas es uno de los aspectos perversos de ese fenómeno.
Es por ese motivo por lo que los precios que se “acordaron”, aunque les parezca exagerado, el mismo día que se anunciaron, sencillamente, ya eran letra muerta.
De la última regulación publicada hace ya tiempo, los aumentos del nuevo “acuerdo” oscilaron entre 4.000% y 37.000%. Pero lo más significativo no es eso, sino que, todavía así, los precios quedaron muy por debajo de los que se encontraban en el mercado: el kilo de arroz regulado en Bs. 13.709 mientras que el importado -único que se consigue- ronda los Bs. 40.000. El kilogramo de pollo se reguló en Bs. 24.500. Y eso sucedió cuando ese mismo kilogramo de carne de pollo ya estaba en los expendios formales en Bs. 60.000/ 70.000, y en los lugares donde se conseguía. Mejor dicho, donde se encontraba dicho alimento, antes de las inspecciones gubernamentales que provocaron su desaparición de las bandejas de los detallistas.
Al igual que ha venido sucediendo con la tasa de cambio, que cuando por fin se ajusta se hace con un rezago enorme, restándole cualquier vestigio de credibilidad a la política que se pretende implementar, este nuevo intento que arranca, como podemos ver, con un rezago importante desde el día uno, no va a servir ni siquiera como un lejano marcador de lo que en verdad está sucediendo.
Lo que sí es cierto y seguro, es que pretender imponer esos precios por la fuerza mediante fiscalizaciones masivas, siempre se traducirá en mayor escasez y en precios en alza.
Desde que en el año 30 después de Cristo, el Emperador Diocleciano pretendió controlar todos los precios para esconder la reducción de contenido de oro del Denario, hasta el intento de Robespierre durante El Terror, de subsidiar a los parisienses a expensas de los agricultores imprimiendo billetes sin respaldo, las lecciones de la historia son motivo de reflexión. ¿Y saben por qué?: Porque a Diocleciano lo retiraron, y terminó dedicándose al cultivo de coles, mientras que Robespierre corrió con peor suerte. Porque terminó en la misma guillotina en la que había ultimado a sus enemigos.
Hoy, desde luego, también debería ser un motivo de reflexión. Sobre todo, para quienes, habiendo provocado la hiperinflación con sus políticas monetarias fallidas, todavía persisten en la intención de tapar al sol con un dedo, mediante medidas como la que acaban de decretar.
Escrito por Aurelio F. Concheso
Empresario - Asesor Financiero - Conductor del programa @laotravia en @RCR70
laotraviarcr.blogspot.com
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