Una nación es competitiva cuando alcanza éxito en una serie de factores macroeconómicos: el tipo de cambio, tasas de interés, recursos naturales, situación geográfica, costo de la mano de obra, políticas gubernamentales, legislación, seguridad jurídica, acceso a grandes mercados. Venezuela viene registrando, desde hace por lo menos cinco años, un descenso desmesurado de su competitividad. Según el Índice Global del Foro Económico Mundial, pasó progresivamente de la posición 105 en 2007-2008, a la 126 en 2012-2013, entre 144 países estudiados. Sólo logra superar a pocas naciones africanas, paupérrimas desde todo punto de vista, como Zimbabwe o Sierra Leona. Y en Latinoamérica está de última, debajo de Nicaragua, Bolivia u Honduras. Haití ni siquiera figuraba en ese mapa, hasta este año.
No es la única evidencia. En el ranking de competitividad global del International Institute for Management Development (IMD), escuela de negocios líder en el mundo, Venezuela está última entre 60 naciones, por “las políticas económicas anti-mercado, la baja atracción de inversiones y los resultados económicos pobres, en comparación con su potencial”, explica el informe.
Casos concretos ayudan a ver las oportunidades perdidas por la falta de inversión en infraestructura, los perversos controles de cambio y precios y el consecuente atraso tecnológico. En esta misma edición de DINERO hay un ejemplo claro en “Venezuela aérea vuela bajo” (pág. 48 y sucesivas): un informe que explica los factores que impidieron convertir al país en centro estratégico continental de conexiones aéreas. Es lo que correspondía por situación geográfica privilegiada, abierta al Caribe, cerca de Estados Unidos y como puerta norte de América del Sur; y contando –como supo contar— con flotas importantes en líneas aéreas nacionales que desaparecieron. La oportunidad la tomó Panamá, con su hub de las Américas de Copa Airlines. Y en líneas aéreas crecieron Colombia (con Avianca que absorbió Taca) y Chile/ Brasil con la alianza entre Lan y Tam (Latam).
Algo parecido ocurre en materia logística. Deficiencias en el transporte y la infraestructura aérea y sobre todo portuaria, cuyos procesos aduanales, versus puertos realmente competitivos de América latina, tardan un promedio de 3 veces más en tiempo y con infinitos enredos burocráticos, que prohíjan fatal corrupción. Los ejemplos de buena gestión están en Panamá, con la evidente importancia del Canal; y en países como Brasil, México y Colombia, que crecen a pasos firme.
Ni hablar de la inversión extranjera. La Comisión Económica para América Latina (Cepal) dice que mientras en 2012 el capital foráneo en la región subió 7%, en Venezuela cayó 15%. La inversión escasea desde hace tiempo. Un ejemplo: los grandes hoteles y resorts españoles invierten en República Dominicana o México; no en Margarita o Vargas.
Venezuela tiene “mucho potencial”. Un concepto que acompaña –como vana ilusión-- a generaciones de jóvenes que se hacen viejos repitiéndolo, sin verlo nunca. “Venezuela es el país del futuro”, dicen. Pero los sucesivos gobiernos han dejado pasar oportunidades enormes. Y el actual, que gestiona desde hace 14 años, no sólo las dejó pasar: profundizó la crisis de competitividad, hasta generar incompetencia. O sea, hizo realidad aquel viejo chiste que dice que “Venezuela es el país del futuro… y siempre lo será”.
Un país privilegiado, de los mayores reservorios petroleros del planeta, que no sólo sigue cerrado al mundo, sino que persiste en ser mono productor de crudo e importador de todo lo demás, incluyendo derivados del petróleo. Qué locura. Somos esclavos importadores, porque producir no nos importa ¿Cómo acabar este círculo vicioso? ¿Cómo se despierta al país del futuro? Tamaña pregunta. Tremendo desafío. No perdamos más tiempo en disputas estériles. Seamos pro positivos. Busquemos el camino. Y empecemos, juntos, ya.