Jueves 26 de Diciembre de 2024

¿Y qué sucede con el Behavioral Finance?

OPINIÓN
Durante septiembre del año 2015, Volkswagen vivió una de las peores crisis en su historia, cuando la Agencia de Protección Medioambiental Estadounidense (EPA) se percató que un modelo en particular ya comercializado, no cumplió con los programas de emisiones para la protección ambiental

La ironía de la aversión obsesiva a las pérdidas es que nuestros peores miedos se vuelven realidad en nuestros intentos por administrarlos.” Daniel Crosby

Imagina que has estado ahorrando una cantidad de dinero para adquirir un nuevo vehículo. Luego de evaluar los modelos que se ajustan a tus ingresos, encuentras el momento ideal y te diriges finalmente al concesionario. Has escogido un vehículo de una marca que, para gran parte de tus conocidos y el mercado, es sinónimo de calidad, buen servicio y años de posicionamiento. Tienes altas expectativas, así que cuando logras encenderlo por primera vez, comienza un viaje de emociones.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes que te dieras cuenta que el vehículo comienza a fallar. Quizá, si te encuentras en una economía como la venezolana –un calvario para conseguir repuestos- comienzas a convulsionar, sólo de suponer todo lo que la falla conlleva y la gran pregunta de cómo un vehículo nuevo de pronto lleva tus expectativas al vacío. Y surgen dos preguntas interesantes:

¿Lo colocarías en venta porque perderías más? o ¿Prefieres conservarlo aun generando pérdidas?

Durante septiembre del año 2015, Volkswagen vivió una de las peores crisis en su historia, cuando la Agencia de Protección Medioambiental Estadounidense (EPA) se percató que un modelo en particular ya comercializado, no cumplió con los programas de emisiones para la protección ambiental, niveles que, de acuerdo a la agencia, fueron manipulados a través de un software instalado en estos vehículos, ocultando un impacto de contaminación.

El caso implicó un escándalo de gran magnitud generando pérdidas considerables para el grupo automotriz y, por ende, sobre el valor de sus acciones en bolsa, disminuyendo más de 40% (desde 160.51$ a comienzos y 95.47$ a fin de mes). Incluso cuatro meses después de reventar el caso y tomando las medidas correctivas correspondientes, otro gran fabricante de automóviles como Renault se desplomaba en bolsa por el “temor” de los inversionistas en repetirse el incidente.

Por tanto, en respuesta a las dos preguntas que se planteó anteriormente, reluce el término Behavioral Finance, traducido como psicología del comportamiento financiero. Se puede afirmar que una de las razones no cuantitativas que nos lleva a elegir entre una decisión de vender o comprar un determinado activo, viene dada por un proceso emocional que se genera en nuestro cerebro, aunado a la aversión al riesgo.

Volkswagen es un claro ejemplo del impacto que pueden causar las emociones de los inversionistas sobre el precio de las acciones en un mercado. A medida que el temor y el pánico de enfrentar una pérdida aumentan, se reduce su demanda y cae el precio de la acción. Posteriormente, esta baja implicaría una oportunidad para otros inversionistas de percibir la acción de esta empresa subvaluada, mejorando su nivel de demanda en el tiempo.

De acuerdo a Pompian (2012), Behavioral Finance intenta identificar y aprender, cómo se aplica el fenómeno psicológico humano a los mercados financieros y a inversionistas individuales; enmarcándose en Behavioral Finance Micro y Macro. Se puede complementar con la perspectiva de Baker y Nofsinger (2010, s.p), en relación a la dinámica de BF: “El cerebro humano a menudo procesa información aplicando conexiones y filtros emocionales (…). Estos procesos influyen en la toma de decisiones financieras haciendo que las personas a menudo actúen de manera irracional”. Por tanto, nuestras finanzas siguen siendo afectadas, entre otras variables, por las emociones, incluso en mercados donde cuantitativamente su correlación es mínima.

Quizá la teoría del Behavioral Finance hasta ahora no brinde métodos óptimos para administrar activos, sobre todo en escenarios volátiles y hasta en crisis financieras. No obstante, permite diagnosticar nuestra posición como inversionistas y al mismo tiempo, analizar el eco que produce múltiples decisiones sobre un sector determinado; siendo actual tema de debate entre muchos inversionistas.

En este sentido, las pérdidas económicas ejercen fuerte influencia sobre la psique del ser humano, así como en su comportamiento. La acción de perder y las emociones que derivan de ella, pueden llevar a situaciones extremas como el suicidio para un individuo con poca fortaleza emocional.

Se pueden encontrar diversos casos de suicidios, como los sonados durante la Gran Depresión en 1929 por pérdidas económicas, así como también eventos ‘aislados’ de inversionistas que, con una experiencia considerable, pierden altas sumas de dinero por ejercer posiciones con resultados contrarios a los que esperaban. Situaciones que suceden en cualquier parte del mundo.

En el 2009, el diario El País publicó una noticia sobre un inversionista alemán de 74 años que muere tras arrojarse a las vías de un tren por apostar a la baja en unos títulos de Volkswagen en el 2009 -simple casualidad de nuestro ejemplo inicial-. En el diario Expansión (2011), igualmente un operador surcoreano se lanzó de un edificio por tomar acciones que lo llevaron a generar pérdidas significativas. Decisiones que de alguna forma tiñen de un tinte dominado por las emociones. Muy sonado fue el caso de Nick Lesson en su juventud cuando huyó de Singapur tras llevar a la quiebra a un banco con más de doscientos años de historia por posiciones no autorizadas en el mercado.

Lo cierto es que depende de cada inversionista decidir el papel que ejercerán sus emociones en sus estrategias de inversión y ante escenarios que quizá no se puedan controlar.

El Autor

Tomás Socías López

Analista Económico y Político e Internacionalista.

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