Llegó la hora de la Igualdad en América Latina y el Caribe
Es urgente hacer del conocimiento y comprensión de la desigualdad una prioridad de los Estados y los organismos internacionales. Es necesario renovar el pensamiento y la métrica sobre las desigualdades. Es necesario dejar atrás los convencionalismos en la medición de las desigualdades, medir en serio la riqueza y la extrema riqueza, no sólo la pobreza y la extrema pobreza. Ir mucho más allá de los coeficientes de Gini medidos a partir de encuestas de hogares en las que no están las grandes fortunas. Incorporar la desigualdad en la propiedad y no sólo en el ingreso.
En Chile, por ejemplo, con un PIB per cápita de 25 mil dólares al año, la mitad de los trabajadores recibe un sueldo inferior a los 550 dólares al mes y prácticamente todos los servicios -educación, salud, medicamentos, transporte, electricidad, agua, etc.- impactan en los salarios. En términos de patrimonio, el 1% más rico detenta el 26,5% de la riqueza, y el 10% más rico concentra el 66,5%, mientras el 50% más pobre accede a un magro 2,1% de la riqueza del país.
La desigualdad no solo se manifiesta en la distribución del ingreso, sino también en una multiplicidad de ámbitos como el trabajo decente, la educación, la salud, el acceso a servicios básicos de calidad y a la protección social, en el uso de nuevas tecnologías, en la participación política y en el derecho a vivir en un medio ambiente limpio, por nombrar algunos.
Erradicar la cultura del privilegio que caracteriza a América Latina y el Caribe requiere abordar la desigualdad en el ingreso y en la distribución de la riqueza, así como la evasión fiscal, que representa 340.000 millones de dólares al año en la región (6,7% de su PIB).
Requiere abordar a fondo la igualdad de género porque las mujeres tienen menos posibilidades de participar en el mercado laboral debido a la alta carga de trabajo doméstico no remunerado. Su tasa de actividad es 24,2 puntos porcentuales inferior a la de los hombres. Las brechas en capacidades humanas menoscaban el desarrollo pleno de las personas y son ineficientes: 40% de los jóvenes de 20 a 24 años no concluyeron la secundaria y persisten las desigualdades étnicas.
Duele y preocupa que, tras años de tendencias a la baja con políticas progresivas sociales y laborales, en la región hay aún 184 millones de personas viviendo en la pobreza, de las cuales 62 millones viven en la extrema pobreza.
No dejar a nadie atrás significa centrar la atención en las diferencias entre los diferentes grupos de población y zonas de residencia: la pobreza es 20 puntos porcentuales más alta en las zonas rurales, mientras que la tasa de pobreza entre los niños y adolescentes hasta los 14 años es 19 puntos porcentuales más alta que entre los 35 y los 44 años.
Esta realidad estalla hoy en malestar en los pueblos de nuestra región y nos demanda a escuchar sus voces y a construir propuestas de desarrollo que los incluya a todas y todos, que se basen en sus derechos y que reconozcan igual dignidad a cada una y cada uno.
Reconozcamos al fin que el actual estilo dominante de desarrollo es inviable y produce, además, un desarrollo escaso y distorsionado por tres motivos fundamentales: porque produce poco crecimiento, porque genera y profundiza desigualdades y porque es ambientalmente destructivo. Un estilo de desarrollo que alentó expectativas de movilidad social y progreso y por ello, ante su fracaso, hay gran exasperación, impaciencia y desencanto hacia toda la clase política, especialmente en los jóvenes.
Lo hemos dicho y lo repetimos: la desigualdad es ineficiente, se reproduce y permea el sistema productivo. Por el contrario, la igualdad no es solo un principio ético ineludible sino también una variable explicativa de la eficiencia del sistema económico a largo plazo. Debemos reconocer que las desigualdades son más profundas, duraderas, inelásticas y resilientes de lo que usualmente pensamos y asumir la urgencia de un nuevo curso de políticas y una nueva institucionalidad cuyo propósito medular sea encararlas y superarlas.
Se abre para la región la oportunidad de un quiebre civilizatorio en donde se replanteen los pactos sociales con amplia participación ciudadana y con una mirada de mediano y largo plazo.
Llegó la hora de la igualdad y de un nuevo estilo de desarrollo. Es hora de replantear los pactos sociales y superar un modelo económico basado en la cultura del privilegio que prioriza el interés privado sobre el público, el capital sobre el trabajo, la acumulación sobre la redistribución, el crecimiento sobre la naturaleza, los privilegios sobre los derechos, la diferenciación social sobre la igualación, las jerarquías sobre las relaciones horizontales.
Hoy, tanto las Naciones Unidas como la CEPAL han de redoblar sus esfuerzos para construir propuestas basadas en evidencia que permitan superar el lastre de la desigualdad y que entreguen a nuestros pueblos la dignidad que merecen.
Columna de opinión de Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la CEPAL
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