Entre la ruina y la esperanza
Venezuela transitó un 2016 lleno de obstáculos y tropiezos que la dejó literalmente en el piso. Y todo parece indicar que no le será fácil atravesar 2017. Con la inflación más alta del mundo a cuestas, una profunda recesión económica, devaluación abismal, pérdida de puestos de trabajo y huida en masa –como nunca antes en la historia-- tanto de talento calificado como de mano de obra simple, el país tiene carencias de todo tipo, el músculo industrial debilitado, un enorme déficit moral y una crisis política monumental, repotenciada por el Gobierno que congeló –con la estratagema del “diálogo”— la posible salida por vía de un referéndum revocatorio.
Nicolás Maduro imagina, posiblemente, que en el año que entra triunfará la revolución cubano-chavista poniendo en derrota a su imaginaria “guerra económica”. Pero no hay ningún escenario que confirme esa suposición. Al revés: todas las previsiones de economistas independientes apuntan a que los males de la economía de 2016 se multiplicarán en 2017, si no se abandona la tesis marxista del Estado todopoderoso y dictatorial como eje (del mal) sobre el cual todo gira, con improvisación rampante, amenazas sin fin y medidas de choque usadas como parches inservibles. Padecemos a diario “dakasos” y “juguetazos”, con funcionarios intimidando comerciantes a los gritos o tonterías mayúsculas como la de quitar de un plumazo la mitad del circulante prohibiendo el uso de los billetes de 100 bolívares: último delirio de Maduro y su equipo.
En verdad 2017 pinta muy mal no sólo en lo económico. Porque la crisis social es dantesca, con gente rebuscando comida en la basura y trabajo donde no hay. Y por si fuera poco, parece muy lejana la alternativa de que el país regrese al ejercicio de política para restituir la democracia, respetando a la Asamblea Nacional, devolviendo al pueblo los poderes cooptados (Tribunal Supremo, Consejo Nacional Electoral, etcétera), liberando a todos los presos políticos y acabando con persecuciones –que no excluyen, como se ha visto, al empresariado-- para abrirse al diálogo constructivo en todos los órdenes. Un diálogo serio, lejano a esa última farsa que se presentó al país con el Papa a la cabeza.
Como se ve son múltiples los factores que atentan contra la pobre Venezuela, manteniéndola en el oscurantismo más atroz, no ya frente al mundo desarrollado, sino en relación al resto de las economías latinoamericanas o de países emergentes. Para el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Producto Interno Bruto de Venezuela en 2017 mostrará una contracción de 4,5%, cercana pero mayor al 4% pronosticado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y muy superior a la caída de 3,7% proyectada por el Banco Mundial. En cuanto a inflación, el FMI habla de un alarmante 1.660% con 20% de desempleo. El Banco Central de Venezuela no ha anunciado datos de inflación en el 2016. Ni se espera que lo haga.
La revista DINERO ha publicado informes de portada con títulos como La Crisis Trae Cola, Salir de la Oscuridad o Morir de Inflación. Dolorosa e inevitablemente, no podemos mirar para otro lado ni ser indiferentes ante el desastre en que se ha convertido este país, que hace apenas 18 años no sólo refulgía como uno de los más ricos del mundo, sino como un paraíso democrático, generoso, receptor de inmigrantes y esperanzador para todos sus habitantes. Venezuela brindaba oportunidades infinitas, exhibía un futuro promisor y era, hasta antes del chavismo, la indudable envidia de la región. Pero eligió a sus destructores, los dejó hacer y hoy está hecha jirones. Sólo provoca espanto y pena. Y lo peor es que no reacciona.
Quizá la sociedad está atrapada sin salida entre dos dirigencias en la que ya no cree: la del gobierno –que ya carece de todo piso político-- y la de la mayoría de los representantes de una oposición que ha perdido la brújula y no sabe ni a dónde va. Una oposición ¿unida? bajo una sigla –MUD-- que no representa nada y que se iguala al oficialismo en que no ofrece ninguna alternativa válida, ni aporta soluciones confiables. El papelón del diálogo fue su último fracaso. Una bala de plata disparada al aire. Qué desperdicio.
Por eso, tal vez, la matriz de opinión generalizada es que “no hay salida” y que el Gobierno, sin oponentes válidos, profundizará engolosinado su tendencia autoritaria. Si lo hace, peor para todos, porque será como apagar fuego con gasolina. Pero Maduro y su combo responden a su naturaleza. Es obvio que no pueden contra ella. Fatalismo histórico. Propio del comunismo desde que existe. El carro mortuorio empujado en aventón con el cadáver de Fidel Castro, es la mejor metáfora del socialismo real.
La tan lejana práctica política que se ejercía en Venezuela durante la Cuarta República multipartidista –política que el chavismo hostilizó, destruyó y convirtió en mala palabra— debería tener una oportunidad de renacer de sus cenizas. Y posiblemente lo haga. Porque una situación inercial de anomia inconducente como la que se vive hoy no puede ni debe durar mucho más. Antes bien, ya duró demasiado. Y según decía Juan Perón, tan supuestamente admirado por Hugo Chávez, cuando los pueblos agotan su paciencia, suelen hacer tronar el escarmiento.
Tal vez por eso –y contra todo pronóstico— hay un lugar en la imaginación de cada persona bien pensante, avizorando que, frente la crisis de las dos dirigencias y ante la gravísima situación-país, el nuevo año podría desencadenar una amplia, masiva y sistemática movilización social, que lejos de ser conducida por el sector político clásico, emergería autoconvocada. Esa movilización, que no es una marcha, ni dos, ni tres… sino un verdadero movimiento popular, debería romper diques y podría generar, con su dinámica, el regreso al ejercicio de la política como ciencia social en función del bien común.
Es una posibilidad, no tan teórica como parece. Y como tal hay que tomarla, más allá de toda incertidumbre, más acá de quien la dirige y cómo se organiza. No hay que descartarla porque no esté en los libros, en todo caso. Porque al fin y al cabo el referéndum revocatorio, que está en el libro mayor --la Constitución Nacional que parió el chavismo—ha terminado por ser letra muerta. Quizá, en contrapartida, el pueblo movilizado sea capaz de organizar su propia esperanza para que Venezuela empiece a ser un país mejor ¿Puro realismo mágico? Tal vez. Pero estamos en el Trópico.
Editorial revista DINERO
Texto publicado en la edición 305 que está disponible en todo el país.
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