El contundente cambio estructural de la economía venezolana
La crisis política que agobia al país -y la cual se evidencia en un régimen que es rechazado por más del 80 por ciento de la población y que, entre otras cosas, se niega, además, a cumplir con la obligación constitucional de contarse en las urnas- está enmascarando un problema aún mayor que tendrán las empresas en Venezuela, al hacer su planificación de largo plazo.
La historia demuestra que las confrontaciones políticas terminan solucionándose por las buenas o por las malas, más temprano que tarde. Pero los grandes cambios estructurales en materia económica tienen otra dinámica, más tenaz y duradera. Y estamos ante uno de esos puntos de quiebre al que, al parecer, ha llegado el país.
Durante los 100 años que transcurrieron desde el reventón del pozo Zumaque Uno en julio de 1914, hasta el inicio del desplome de los precios petroleros de la cota de $ 100 por barril en junio de 2014, Venezuela gozó del envidiable privilegio de ser el único país en el Hemisferio Occidental -incluidos por cierto los Estados Unidos- con una balanza de pagos en cuenta corriente estructuralmente positiva. Es decir, en cada uno de esos 100 años, entre dictaduras, dos guerras mundiales, revueltas y democracias, cada 1° de enero Venezuela sabía que lo que recibiría por sus exportaciones, sería mayor de lo que necesitaría importar para sustentar su economía.
Ese privilegio no era poca cosa. Lo países en vías de desarrollo, por lo general, mantienen un precario balance, la mar de las veces deficitario en su cuenta corriente, y el cual tiene que compensar por la vía de la cuenta de capital con inversión extranjera o endeudamiento. Pero, además, cuidándose de que la fuga de capitales no ponga en peligro sus cuentas externas.
Pero Venezuela ha perdido ese privilegio por una multitud de factores que incluyen, entre otras, la virtual destrucción de una industria petrolera. Ella debería estar hoy produciendo 5 millones de barriles; sin embargo, apenas produce 2. También por una dinámica de largo plazo de los precios del petróleo que los mantendrá en un rango de $ 50 por el futuro previsible. Asimismo, por el cambio en la matriz energética mundial en la que el gas y los combustibles no fósiles toman la preponderancia. Y, desde luego, por la destrucción del aparato productivo agrícola e industrial que demorará años, o décadas, para recuperarse, requiriendo para ello, de paso, ingentes importaciones de maquinarias e insumos.
Lo que esto significa en términos prácticos para el empresariado, es que ya no podrá desarrollar modelos de negocios en los cuales el éxito pudiera venir acompañado de un consumo cada vez mayor de divisas, porque estos modelos tendrían patas cortas.
Ciertamente, se ha visto que en tiempos de control de cambio dichos negocios se pueden hacer realidad. Pero con el cambio estructural al que hacemos referencia, aún con libertad cambiaria, esa restricción estará presente. En consecuencia, una estrategia de largo plazo viable a futuro va a requerir un modelo de negocios en el que, cuando menos, se generen por la vía de exportaciones las divisas que se requieren para mantener la empresa en marcha y creciendo.
Para ejemplarizar, la industria ensambladora automotriz tendrá que hacerse de sus divisas exportando vehículos, o de, cuando menos, autopartes en un monto igual o mayor al de las divisas que necesita para importar sus ckd. Otros ejemplos: la industria hotelera tendrá que cubrir sus necesidades de divisas por la vía de turistas extranjeros; los grandes importadores de ferretería y de autopartes tendrán que ingeniárselas abriéndoles canales de exportación a sus proveedores locales y, así, sucesivamente.
Se trata, en fin, de un cambio de onda larga que no es necesariamente ni bueno ni malo; es una realidad y tiene una gran ventaja. Y es que las posibilidades de éxito del país en esta nueva dinámica, requieren de la promoción masiva del ingenio empresarial para estimular pensamientos propios de ruptura con paradigmas del pasado. Es un ambiente de innovación que, sin embargo, solo puede prosperar en una economía libre; en la que la intervención del Estado se limite a aquellas cosas que le competen verdaderamente: servicios sociales, educación, paz y seguridad, infraestructura pública, etc.
Pero habrá una exigencia histórica que lo condicionará todo. Y es que esa economía únicamente se materializará, si hay un consenso nacional que acepte el hecho de que el siglo de balanzas de pago estructuralmente superavitarias, pertenece al del pasado. ¿Será eso posible? Es el reto.
El Autor
Jhony Zafra
Tomando el pulso
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