¡Dios proveerá!
Tener fe no es malo. Al contrario, la fe es una fuerza motivadora, no sólo para los practicantes del catolicismo, sino para cualquier ser humano. Pero cuando el presidente de un país sumergido en dos terribles crisis, una política y otra económica, deja de anunciar las medidas que la situación exige para espetarnos un “Dios proveerá”, uno siente que todo lo está dejando al azar.
La irresponsable frase tiene varias interpretaciones. La primera es la más obvia: no sabe qué hacer y lo deja todo en manos de Dios. Esta es la interpretación que le ha dado la vuelta al mundo. Y es lógico porque en comunicación política la percepción es lo cuenta y la percepción que ha dado Maduro es esa. A finales de 2014 anunció que sus ministros “anunciarían” las medidas el sábado 03 de enero. Pero posteriormente, el domingo 4, se embarcó una gira improvisada, sin agenda, con dos objetivos: 1) levantar recursos para enfrentar la crisis y 2) lograr consenso entre los países de la OPEP para subir el precio del petróleo.
Regresó al país sin recursos y con el barril de petróleo cuatro o cinco dólares menos que cuando emprendió la gira. Más aún, en su mensaje a la Asamblea Nacional reconoció que los precios del petróleo a cien dólares “no volverán”. Y lo dijo con un nudo en la garganta. Frente a ese escenario, es obvio pensar que Maduro no tiene idea de cómo enfrentar la crisis.
La otra interpretación es un poco más especulativa. Maduro enfrenta unas crisis gemelas: una crisis económica y otra política. Ambas tienen un mismo origen. El chavismo ha tenido como objetivo principal mantenerse en el poder y para ello es necesario tener el control político y control económico. Este ambiente lo logró y disfrutó Chávez. Gracias a la bonanza petrolera que se extendió desde 2004 hasta el 2014, exceptuando una caída entre 2008 y 2009, Chávez logró desplazar al sector privado e incrementar la dependencia del gobierno. Hoy día, en Venezuela todo el mundo depende del gobierno. Estudiantes, amas de casa, empresarios, pobres, ricos. No hay nadie que pueda construir su riqueza o subsistir de manera independiente del gobierno. Y esa dependencia, le da poder político al gobierno. El poder político que se deriva del clientelismo, y el poder político que se deriva del control institucional.
Las crisis se gestaron juntas. Al morir Chávez y asumir Maduro ya el germen estaba ahí. Maduro acusó el primer golpe político en las elecciones que arrancó un mes antes con ventaja de 18 puntos porcentuales y terminó ganando con serias dudas. Algo se fracturó en el apoyo popular y mismo ha ido mermando hasta convertirse en raquítico 20% hoy en día. Por otro lado, mientras Chávez reinó, los hombres clave de su corte eran del mismo tamaño. Chávez nunca dejó que uno creciera más que otro. Así que cuando Maduro ascendió al trono, era del mismo tamaño que Rafael Ramírez o Diosdado Cabello. Incluso más pequeño que ellos, solo que apoyado por Cuba, el gran actor detrás de su poder. Cada uno de estos actores quería y quiere el poder.
Los forcejeos han sido evidentes. Sobre todo con la minimización del poder de Ramírez, que pasó de controlar el 95% de los dólares que ingresan al país al ser presidente de PDVSA y Ministro de Petróleo, a ser sólo el Embajador ante la OEA. Contra Diosdado, el tema es más complicado porque tiene controlado sus votos para mantener como presidente de la AN, al menos hasta que tenga que enfrentarse a nuevas elecciones parlamentarias.
Maduro, en teoría, debería asumir su costo político y anunciar una serie de medidas económicas que podrían corregir los desequilibrios y acabar con la escasez y la inflación que afecta a la población. Muchas de esas medidas serían bien antipáticas y terminarían de minarle el apoyo popular porque la gente no vería efectos inmediatos. Al menos no antes de las elecciones a la AN. Así que una opción podría ser, esperar y enfrentar las elecciones para luego tomar medidas. Esta jugada hubiese sido políticamente más eficiente si hubiese comenzado el 2014 con algunos ajustes. El año no era electoral y, posiblemente, a finales de 2015, casi dos años después, se hubiesen comenzado a ver los frutos de los ajustes.
El otro tema es que una de estas medidas impopulares implicaría la unificación cambiaria y, preferiblemente, el desmontaje del control de cambios y de precios. Eso sería muy bueno para la economía y la población, pero terrible para la coalición de gobierno. Los controles son una fuente inmensa de corrupción. Imagine solamente tener acceso a comprar en 6,30 un dólar que el mercado está dispuesto a pagar a un precio muy superior. O las grandes ganancias que se obtienen al adquirir productos a precios regulados para venderlos en otro país.
Así las cosas, mantener los controles es al menos una mínima garantía de lealtad por parte de la coalición de poder.
Frente a esto, no me atrevería a decir que Maduro no tiene idea de qué hacer. Lo que sí creo es que está entre la espada y la pared. No tiene el liderazgo para enfrentar la crisis económica y conjurar el tambaleo de su base de poder. Frente a eso, cualquiera recurriría a la fe. Más que un “Dios proveerá”, en sus adentros debe haber dicho: “Dios me ayude”. Aunque Dios también dijo,” ayúdate que yo te ayudaré”.
Escrito por Gustavo Rojas Matute
El Autor
Tomás Socías López
Analista Político y Económico. Ex Ministro de Comercio.
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