El papel del papel
La crisis del periodismo descrita en el Editorial de la edición 361 (“Acabar con el Cuarto Poder”) tiene un siniestro complemento para los medios gráficos: la asfixia de diarios y revistas impedidos de adquirir papel a importadores locales o traerlo directamente a precios competitivos. Porque este insumo imprescindible no se produce en el país, aunque existe Pulpa y Papel CA, una empresa estatal, creada en 2004, que dio sus primeros pasos concretos en 2010, al sur del estado Anzoátegui, pero está lejos de producir todavía.
Su origen hay que rastrearlo en una idea de 1980, que cristalizó en 1987, pero en aquel entonces el proyecto murió antes de nacer. Con los fantásticos bosques de pino de Uverito se había pensado una empresa mixta de pulpa y papel con tres accionistas: las editoriales agrupadas en el Bloque de Prensa Venezolano; tecnología y manejo de grandes productores mundiales (Bowater y Abitibi Price) y la Corporación Venezolana de Guayana (CVG). Todo estaba listo pero la idea naufragó cuando el gobierno, ciego y omnipotente, no quiso resignar la mayoría (51 %) ni aun teniendo la “acción de oro”. Así falleció un proyecto magnífico, que habría garantizado papel a toda la prensa. Y hasta pudiera haber convertido a Venezuela en proveedor internacional.
A esa necedad se sumó la quiebra, posterior intervención y descabellado desguace en tiempos recientes de la legendaria Venepal, empresa del Grupo Mendoza que producía un excelente papel glasé, usado desde su inicio por PRODUCTO y otras revistas del GEP; pioneras en imprimir en aquel Mate Print 90 gramos, que competía sin complejos con los papeles de Finlandia o Canadá, usados por la mayoría de las revistas. Y muchas pasaron luego al papel nacional. Venepal no quebró por falta de clientes.
El país supo producir buen papel de revistas y pudo haber fabricado también el de periódicos, como hacen Brasil y Chile con empresas privadas o Argentina, que desde 1978 tiene Papel Prensa SA, con capital de los grandes diarios y buena participación estatal. Pero no sucedió. Venezuela desestimó el papel del papel. Botó la oportunidad de Uverito y acabó con Venepal. Se dedicó sólo a importar.
Triste antecedente del actual drama, donde el negocio periodístico está de cabeza por el papel. Una crisis en la que el actor más importante es el gobierno –como en el resto de la vida nacional– a través del control de cambios, primero retaceando los pagos de las divisas autorizadas a los importadores privados (tres de papel periódico y muchos de otros papeles, porque no solo en periodismo se usa el insumo) y luego dejando directamente de autorizar las divisas.
Así, el cierre del grifo de dólares y el cambio del tipo de cambio –del oficial a Sicad II– genera dos fenómenos: escasez y quintuplicación del precio, con lo que el papel queda casi fuera del alcance de las editoriales. Igual las planchas de impresión, tintas, maquinaria, repuestos. Las empresas se ven en figurillas para trasladar el repentino salto del costo a sus tarifas y precios de portada. Todo en medio de la recesión económica y la crisis del mercado publicitario, que aprietan más el torniquete.
En consonancia, el gobierno activó la Corporación Alfredo Maneiro. Una empresa estatal instalada a todo dar en Catia, que además de montar tremenda imprenta, se inicia importando papel para los medios oficialistas estatales o no; y se establece también como proveedor de papel, en reemplazo de los importadores clásicos sin divisas. Surte a determinados medios selectivamente, impidiendo el colapso de algunas editoriales de provincia. Pero ese papel no alcanza para todos. El Impulso de Barquisimeto, el diario más antiguo de Venezuela, anunció públicamente el 9 de septiembre la suspensión de sus ediciones. Maneiro le facilitó dos semanas más de papel. Pero sigue en emergencia, como otros 9 periódicos en Margarita, Zulia, Anzoátegui, Bolívar, Monagas y Barinas. Y muchos diarios más, desde diarios regionales a los de circulación nacional. El recorte de páginas y frecuencia está a la vista en toda la prensa. Hemos llegado al llegadero ante la atónita pero pasiva mirada de la opinión pública y el silencio cómplice de la dirigencia política.
Sólo la Asociación de Editores de Colombia (Andiarios) o el Grupo de Diarios de América respondieron con préstamos circunstanciales. Una dádiva solidaria que funciona sólo como gesto de alerta internacional, pero no resuelve el problema de fondo.
La solución, obviamente, está en manos del gobierno. Lo que implica de hecho una peligrosa dependencia en materia de información y opinión. Pero es el único que puede subir el pulgar, autorizando divisas a los propios diarios o a los importadores clásicos para que vuelvan a operar; o bajarlo definitivamente, dejando todo como está para profundizar una crisis inédita –pero no inesperada– capaz de acabar con la prensa independiente en Venezuela. Raúl Lotitto/Editorial PRODUCTO Edición 365.
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